Columna de:

Arturo Cariceo

 Pintor y académico de la Facultad de Artes de la
Universidad de Chile.

Columna de opinión

Arturo Cariceo

Pintor y académico de la Facultad de Artes de la
Universidad de Chile.

La letra chica

Por Arturo Cariceo, 27/09/2025

Cuando un artista es representado por una galería, idealmente se establece una relación profesional a largo plazo. La galería se encarga de todo el trabajo de gestión, promoción y ventas, permitiendo al artista concentrarse en la creación de su obra. Esto incluye la participación en ferias, la organización de exposiciones individuales y la conexión con coleccionistas y críticos. Es una relación simbiótica donde la galería invierte su capital y su red de contactos en el desarrollo de la carrera del artista, y la ganancia proviene de un porcentaje de las ventas. Sin embargo, este modelo ideal funciona principalmente en mercados maduros, donde existen suficientes coleccionistas, mercado secundario robusto e infraestructura de ferias establecidas. En galerías de segundo nivel, el artista debe contribuir más en su propia promoción, mientras que galerías pequeñas pueden ofrecer exposición y contactos pero con recursos limitados para inversión significativa.

La falta de educación sobre las prácticas estándar del mercado del arte, combinada con la desesperación por visibilidad de los artistas en un ecosistema contraído, es determinante en la ausencia de intermediarios legítimos, favoreciendo la proliferación de operadores predatorios que explotan la inexperiencia y la necesidad de artistas, cobrando «cuotas de exhibición» y ofreciendo proyectos en verde. En mercados emergentes como Chile, el modelo ideal de representación es más aspiracional que real, dado que los elementos básicos del ecosistema – coleccionistas activos, mercado secundario e infraestructura de ferias – aún están en desarrollo. No es de extrañar que los artistas deban asumir un rol más activo y riesgoso en la gestión de su propia carrera, a menudo con resultados inciertos.

Los operadores oportunistas invierten el modelo tradicional de representación artística: en lugar de que la galería invierta su capital en el artista, es el artista quien paga por adelantado «cuotas» o «costos de producción», eliminando cualquier riesgo para el operador que no solo gana cobrando la cuota sino que obtiene un stable de artistas aprovechando su necesidad de visibilidad. El resultado es que los artistas quedan en tierra de nadie, sin acceso a representación seria, obligándolos a asumir tareas agotadoras y muchas veces inefectivas porque son habilidades completamente diferentes a crear arte. Esto genera un ciclo vicioso donde los artistas se dividen entre quienes se queman tratando de hacer todo solos y pierden tiempo creativo en gestión, y quienes están dispuestos a pagar a operadores, deteriorando el nivel general del ecosistema artístico local.

Esto refleja que es un problema sistémico que afecta a todos, no una cuestión de mérito artístico, haciendo que los coleccionistas eviten un entorno saturado de operadores dudosos, mientras que los artistas, sin referencias claras sobre prácticas profesionales estándar, siguen cayendo en esquemas que los alejan de oportunidades reales de desarrollo profesional. Pero, como diría mi amigo, el artista Juan Céspedes, tampoco hay que idealizar las estructuras del primer mundo y del mercado.

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